Martínez Campos contraataca

Era el hombre fuerte de la metrópoli hispana en Cuba. Su política, junto a otros factores, contribuyó a la pacificación de la Isla en la Guerra de los Diez Años.

Visitó Ciego de Ávila, capital de la Trocha de Júcaro a Morón durante esa contienda, en abril de 1877, apenas creado el Ayuntamiento.

Cuando regresó a La Habana, en 1895, con la misión de derrotar al Ejército Libertador, al Capitán General Arsenio Martínez Campos lo consideraban “el mayor prestigio militar de España”, según palabras de Valeriano Weyler.

A la región volvería para fortalecer la capacidad defensiva de los poblados más importantes. Previamente, a fines del mes de junio, envió a Morón al teniente de ingenieros Francia, con la encomienda de dirigir la fortificación de esa urbe. También, ordenó que Ciego de Ávila fuera sede de la jefatura de una de las dos brigadas que conformaban el Distrito Militar de Camagüey y que se estableciera la factoría encargada de los suministros en especie a las tropas.

El general Agustín Luque, a quien consideraba muy eficaz en su empeño de combatir a los insurrectos, le había informado sobre la presencia de mambises en Remedios y Sancti Spíritus, procedentes de Las Villas y Ciego de Ávila.

Temeroso de que Máximo Gómez pasara la Trocha, entonces en mal estado, decidió inspeccionarla y adoptar medidas de inmediato. Partió de La Habana el 5 de julio, protegido por una fuerte escolta.

Desde Tunas de Zaza, por mar, viajó hacia Júcaro y en tren continuó el recorrido hasta Morón. De aquel viaje legó a la Historia el parte que envió al Ministro de la Guerra, el día 16 de julio, firmado en la ciudad de Bayamo. Decía en unos de sus párrafos:

“(…) previniendo las obras que para defensa de Ciego de Ávila debían hacerse, y la construcción de un barracón para depósito y desembarco en el Júcaro, como asimismo la construcción del ramal del Júcaro á Punta Barra y el muelle de este punto (estas dos últimas aprobadas de Real Orden)”.

Además, ordenó establecer una línea en las riberas del río Jatibonico, custodiada por batallones recién llegados de la Península. Estas tropas debían perseguir a las huestes de Gómez si cruzaban el sistema fortificado.

Los vecinos de Júcaro observaron, otra vez, la movilización del personal militar. Y vieron, de nuevo, la figura de Martínez Campos.

Tenía las sienes plateadas, el rostro demacrado, el vientre flácido. Poco quedaba de la prestancia del hombre nacido en la antiquísima Segovia, veterano de numerosas contiendas. Se dirigió la comitiva al puerto. Allí embarcó rumbo a Manzanillo. Las naves se deslizaron entre la cayería de los Jardines de la Reina. Concluía su penúltima visita a Ciego de Ávila.

Fuentes: Manuel Monfort: La guerra de Cuba, Imprenta de El Boletín
Mercantil, Puerto Rico, 1896, T. I. p. 147.
Luis Navarro García: La última campaña del general Martínez Campos: Cuba, 1895, Anuario de Estudios Americanos, Tomo LVIII, 1, 2001.

 

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